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‎19 Adar II 5784 | ‎29/03/2024

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El cripto-ashkenazí

El cripto-ashkenazí

LA PALABRA – Tras el Edicto de Expulsión promulgado en 1492 por los reyes de España, muchos judíos optaron por la conversión al catolicismo, con la esperanza de que en algunos años se les permitiera volver a su fe original. Mientras, y ante la estricta vigilancia de la Inquisición, se comportaban como fieles a la nueva religión, aunque algunos seguían profesando las creencias de sus antepasados en secreto; de ahí el nombre de criptojudíos. Muchos, para alejar toda sospecha, adoptaron en su bautizo los apellidos más contundentes, como Iglesia, Santamaría, Santa Fe, etc. El tiempo fue pasando, la persecución no decayó, y los rituales y enseñanzas heredados se fueron desgastando generación tras generación, hasta perderse o transformarse en borrosos recuerdos o singulares costumbres familiares. No fueron ni serían los primeros ni los últimos judíos obligados a ocultar su identidad.
Ahora resulta muy difícil reconstruir esas huellas tan lejanas de los criptosefardíes, muchos de los cuales con el tiempo fueron desparramándose por el mundo, especialmente por el Nuevo Continente. Afortunadamente, la España actual asegura la libertad religiosa, pero el judaísmo es más que una fe. ¿Qué otra religión tiene en sus filas a declarados ateos, algunos (como los de la corriente del Humanismo Laico) incluso ordenados como rabinos? Una buena parte de la sociedad israelí que defiende su definición como estado judío no cree en un ser supremo. Y tampoco todos ellos (nosotros) están históricamente vinculados a Sefarad, aunque ahora vivan (vivamos) en este país. Lo cierto es que las comunidades judías españolas actuales no son homogéneas y en ellas se mezclan los descendientes de expulsados, otros que siguen el rito sefardí aunque sus antepasados no vivieron nunca en España, los que siguen otros ritos ortodoxos (por ejemplo, los ashkenazíes) e incluso los que no lo tienen claro, ya que en la Zona de Confinamiento del Imperio Zarista (donde los judíos se comunicaban en ídish) había también sefardíes. Hoy día, en Israel el mestizaje de estos orígenes es la norma y no la excepción. No tanto así en la diáspora.
España quizás sea el único país donde los sefardíes son mayoría, al menos institucionalmente, y donde se da la paradoja de que todos los que hemos estado al frente de su órgano de comunicación federativo, Radio Sefarad, seamos de origen ashkenazí (y argentino, por añadidura; nacidos en el país donde el escritor y periodista Alberto Gerchunoff llamó a los idishparlantes llegados a tierras hispanohablantes Nuevos Sefarditas). Después de largas residencias en este país nos hemos acostumbrado más al judeoespañol que al judeoalemán de nuestros padres. Somos minoría y nos sentimos extraños cuando se usa el término sefardí como sinónimo de judío español actual, una distinción que nos mantiene metafóricamente ocultos de la luz pública, como criptoashkenazíes: eso sí, fácilmente reconocibles en cuanto se lee u oye nuestro apellido, que nos señala como “extranjeros”, lo que autoriza a calificar a quienes nos acosen de “xenófobos”, en lugar de simples y llanos antisemitas.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad