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‎19 Adar II 5784 | ‎28/03/2024

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La libertad tenía un precio

La libertad tenía un precio

LA PALABRA – Estamos en los días entre la celebración bíblica del Pésaj y las conmemoraciones de Yom haShoá veha-Guevurá (día del holocausto y la valentía) y Yom haZikarón (día del recuerdo a los caídos en las guerras de Israel y por el terrorismo) que se agregaron al calendario en los trágicos tiempos modernos. Del relato que acapara la mayor parte de nuestra biblia se puede deducir que la salida de Egipto fue seguramente la parte más sencilla (aunque cinematográficamente más espectacular) del camino hacia la libertad. Siguieron 40 años de una vida con un destino cercano, pero aún prohibido, como fruto del árbol del Edén. Para algunos, como el propio líder del cambio en el destino del pueblo, la verdadera libertad sólo pudo ser atisbada desde lejos. Luego siguieron tiempos de guerra y de muerte, y de pagar con esfuerzo por un alimento que ya no manaba cada mañana del cielo.
Muchos siglos después, el mismo pueblo empezó a salir de la multitud de Egiptos a los que, como José y sus hermanos, acudieron en busca de refugio y fortuna, pero que en muchas ocasiones se demostraron cárcel y cargaron sus látigos de prejuicios y desprecio, a pesar de las pirámides de gloria que ayudaron a construir, de Sefarad al Imperio Zarista. Sólo que ahora, en lugar de un Moisés, la chispa del sionismo fue avivada por cientos de líderes en cada uno de los exilios, mancomunados en un proyecto común, que había dormido latente durante dos mil años en las plegarias de Pésaj: el año que viene, en Jerusalén.
Pero, a diferencia de lo ocurrido en el pasado lejano, fue el Faraón europeo quien consiguió mandar las plagas sobre nosotros, aumentando su poder y desgracia, sin que el Ángel de la Muerte se saltara las jambas marcadas sino que justamente buscara estas señales para llevarse no sólo a los primogénitos sino a todos y cada uno de los moradores. Hasta su mero recuerdo. Esta vez no hubo magia ni milagros que impresionaran al Mal y lo hiciesen retractar. Al contrario, cuanto más perdía en la batalla, más definitivo y hondo su delirio, compartido por unas huestes para las cuales las aguas de Europa se abrieron a su paso, abatiéndose sobre los inocentes. No hubo salida, ni liberación, ni adonde retornar. Esta vez el precio de la libertad se pagó por adelantado. Pero no bastó.
No hubo trompetas que derribaran muros, sino la sangre de los que sobrevivieron. No valieron promesas celestiales para recuperar la tierra, sino el sacrificio del único bien que aún poseían (la propia vida) para reconquistar la dignidad arrebatada, reconstruir el alma despedazada y pagar el precio que fuera necesario por una libertad que no podemos volver a dejar en manos de otros que no seamos nosotros mismos.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad