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‎19 Adar II 5784 | ‎29/03/2024

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«Las manos de Orlac» (1924), de Robert Wiene

«Las manos de Orlac» (1924), de Robert Wiene

SHÉKET: JUDÍOS EN EL CINE MUDO, CON MIGUEL PÉREZ –

¿Se sentiría usted cómodo si le implantaran las manos de un asesino? En síntesis, esta es la premisa argumental de la que parte ‘Las manos de Orlac’, película muda estrenada en 1924 bajo la dirección del cineasta Robert Wiene, especialmente conocido por llevar a la gran pantalla el demencial universo del inquietante doctor Caligari. Si bien ‘El gabinete del doctor Caligari’ es considerada una obra cumbre del expresionismo alemán y pionera en el género de terror, ‘Las manos de Orlac’ es una joya de la narrativa que mezcla el género policiaco y el gótico en un tenso relato que gana grandes dosis de suspense a medida que se desarrolla. Por cierto, también se trata de una película adelantada a su tiempo. Descubrió a Tom Cruise y Michael Caine cómo es posible utilizar una huella digital falsa imprimiéndola en un guante.

El filme se basa en un libro del escritor francés Maurice Renard publicado en 1920. Wiene no se fijó en él por casualidad. Renard, nacido en 1875, era especialista en crear climas desasosegantes y atmósferas de misterio muy próximas al universo de Poe, con una clara vocación por la fantasía y la ciencia ficción. Wiene, por su parte, tenía inclinación por los argumentos que indagaban en el subconsciente del ser humano, como ya había dejado sentado en 1920 con su película más famosa. Encajaba muy bien en sus planteamientos, por tanto, una narración como la de Renard, donde se cuenta el descenso a los infiernos de un joven y exitoso pianista, Orlac, que pierde las manos en un accidente de tren cuando regresa a su casa.

Según el relato, gracias a la intermediación de su esposa, un cirujano consigue implantar al herido las extremidades de Vasseur, un delincuente condenado a muerte que acaba de ser decapitado. Poco a poco, Orlac siente que sus manos tienen vida propia y actúan por su cuenta, viéndose abocado a una delirante espiral de miedo y violencia. Por si fuera poco, el pianista se encuentra en varias ocasiones con el aparente fantasma de Vasseur, lo que incrementa su nivel de desorientación y locura interior. Siguiendo los patrones clásicos del cine de Wiene, cuando todo parece conducir a un determinado desenlace, el filme sufre un drástico giro argumental que desmonta muchas de las certezas que habían ido consolidándose en la cabeza de los espectadores.

La película reproduce los postulados del vanguardista expresionismo alemán, aunque suavizados en favor de una estética más noir y naturalista. Abundan las metáforas y los golpes de efecto, como por ejemplo, el cruce de dos trenes a gran velocidad que parecen destinados a colisionar entre sí, anticipo claro del accidente que está por llegar instantes después. La siguiente escena del convoy destrozado sobre las vías y la búsqueda de Orloc por parte de su mujer entre el amasijo de acero en que han quedado convertidos los vagones sobrecoge también por su gran realismo. No hay que olvidar que en la época los efectos especiales eran rudimentarios o, directamente, inexistentes y que cualquier movimiento de masas suponía un tremendo esfuerzo. La cuestión es que la curiosa combinación de escenas más vinculadas a las primigenias ‘superproducciones’ en exteriores del cine mudo con las hipnóticas secuencias rodadas en interiores no deja indiferente a nadie.

‘Las manos de Orloc’ tuvo un impacto emocional más que notable en los espectadores. No sólo por su aproximación al cine de terror (fundamentalmente se trata de un filme dramático y, si se quiere, policiaco), sino porque jugaba con ideas que entonces provocaban un fuerte desasosiego: los trasplantes de órganos. Considerados hoy en día un grandísimo acto de solidaridad que salva vidas, para los espectadores de principios del siglo pasado la posibilidad de que pudieran realizarse este tipo de operaciones era solamente una fantasía que les hacía plantearse preguntas como las que se hace el propio Orloc. ¿Son sus nuevas manos realmente suyas u obran todavía como si fueran de Vasseur? ¿Lo que él siente con ellas son realmente sensaciones suyas o del delincuente condenado? ¿Tienen esas extremidades la capacidad de apoderarse de su voluntad? Lastrado por el peso de esos interrogantes, Orloc va cediendo poco a poco su espacio más íntimo y se obsesiona con la posibilidad de sufrir una doble personalidad.

Wiene no tuvo dudas a la hora de elegir al actor que mejor encarnaría ese psicótico proceso: Conrad Veidt, famoso intéprete alemán, protagonista de más de cien películas, que se exilió en Estados Unidos tras mostrar su total y frontal rechazo al nazismo. De hecho, financió bastantes obras benéficas en favor de las fuerzas aliadas que lucharon contra Hitler. Wiene ya había trabajado con él, sin ir más lejos en ‘El gabinete del doctor Caligari’, donde encarnaba al sonámbulo Césare.

Veidt, de hecho, era un especialista en papeles diabólicos. Allí donde hubiera un criminal retorcido, un delincuente aquejado de psicosis múltiples o un tirano malvado que interpretar, estaba este hombre alto y de ojos penetrantes al que bastaban unos pocos gestos para revelar la naturaleza maligna de sus personajes. Su forma de actuar le hizo muy valioso en el cine, primero en el alemán de entreguerras donde se prestaba gran atención al perfil psicológico de los protagonistas, y más tarde en Reino Unido o Estados Unidos. Tuvo un papel destacado en ‘Casablanca’, paradójicamente, en el rol del mayor Strasser.

Ficha técnica:
Título: ‘Las manos de Orlac’.
Fecha: 1924.
Director: Robert Wiene.
Reparto: Conrad Veidt, Alexandra Sorina, Fritz Kortner, Carmen Cartellieri, Fritz Strassny
Guión: Louis Neriz, en adaptación de la novela homónima de Maurice Renard.
Duración: 92 minutos (alguna versión restaurada conserva todo su metraje original hasta casi los 115 minutos).
Género: Muda, policiaco, terror, dramático.