Esta película ya la he visto

LA PALABRA – En estos días no puedo despegarme de la impresión de dejá vu que impregna la actualidad de Israel y Oriente Próximo. Deben ser los años. Porque cuando uno atesora abriles y memorias, resulta sorprendente volver a encontrarse, por ejemplo, con la caricatura de unos judíos en apuros (en este caso tres adolescentes secuestrados por terroristas) representados como ratas. Hasta la estética del trazo del dibujo en el Facebook OFICIAL del partido gobernante en la Autoridad Palestina se asemeja al de los pasquines nazis de los 30, sólo que en lugar de tipografías góticas, vemos los trazos curvilíneos del árabe. ¿Le habrá pasado el Fuhrer al Muftí de Jerusalén en aquel encuentro las matrices litográficas de Der Stürmer?
A veces la sensación de náuseas es reciente, como las nuevas señales manuales: la quenelle de Dieudonné, que no es más que un remedo inverso del brazo en alto de los nazis, o la de los tres dedos mostradas por las sonrientes caras de niños palestinos (¿UNICEF no va a decir nada al respecto?), a medio camino entre la V de victoria y los cuatro dedos de los Hermanos Musulmanes, y que significan justamente lo que significan: ¡qué bueno y alegre es que tengamos secuestrados y sufriendo a tres adolescentes judíos!
Pero una película no es sólo imágenes, también palabras que resuenan como ecos de la historia. Por ejemplo, las de la parlamentaria israelí de origen árabe Hanin Zuabi cuando afirma que si los chicos no están muertos no se trata entonces de terrorismo, aunque ella misma no ceje de calificar de terrorista las acciones legales y democráticas de su país, sólo porque está dirigido por la mayoría judía. Ya se sabe: lo que vale para todo el mundo, no lo es para los judíos. Cualquier islote del Pacífico (con todos mis respetos) o jeque bajos cuyos pies se encuentre petróleo tiene derecho a la autodeterminación, excepto el pueblo que ha elaborado un concepto nacional durante más tiempo en la historia del planeta. Afortunadamente siempre hay un justo, en este caso un chico árabe de la misma edad que los secuestrados (y casualmente sobrino de la antes mencionada parlamentaria), capaz de contar otra verdad y con la valentía que da la inconciencia de su juventud (ahora está amenazado de muerte y debe ir con escolta a todas partes) para proclamar su orgullo de ser israelí. ¿Cuántos como él harían falta para salvar a Sodoma y Gomorra?
Y por sobre todo, lo que ha sentido Israel y el pueblo judío entero esta semana es el mismo dolor que tachona nuestro calendario de guerras, levantamientos y catástrofes milenarias, por la impotencia de restablecer justicia, mientras esperamos un milagro que nos traiga un happy end después del sufrimiento. Sabemos que llegará, pero no cuándo, ni el precio humano (siempre exagerado y desproporcionado a nuestros ojos) que nos tocará pagar por seguir existiendo, no como “cada uno” sino como pueblo (religión, comunidad, nación, estado: rellene la casilla como mejor le guste definirse). Porque (por si alguno aún no se ha enterado) lo de “pueblo elegido” no implica superioridad alguna, sino la obligación de sobrevivir pendientes y garantes uno de otro. ¿A que les suena el guion?

Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad

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