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‎6 Tishri 5785 | ‎07/10/2024

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Una misma forma de vida

Una misma forma de vida

LA PALABRA – Lo confieso: muchas veces he deseado no ser judío o, al menos, que ello no me obligara a sentirme obligado a demostrar “algo” que no se le exige a los demás mortales. Si no es la práctica religiosa o la raza, ¿qué nos define? ¿La cultura? ¿En qué grado se parecen o dejan de hacerlo las cantilenas con que los judíos de distintas comunidades leen canturreando la Torá en la sinagoga (y eso que todos comparten la misma “partitura” de taamei mikrá)?

Querer dejar de ser judío es como querer dejar de pensar: sólo funciona cuando ya dejas de ser. Eso no quiere decir que no lo intentemos por todos los medios: ¿cuántos inmigrantes al continente americano provenientes del imperio zarista aprovecharon la diferencia de alfabeto para “disimular” la huella judía en sus apellidos? Muchos de los que lograron medrar entre los gentiles a costa de sacrificar la herencia familiar y crearse nuevos currículos de vida lo han hecho con la ayuda de otros judíos. Gustav Mahler, por ejemplo, llegó a lo más alto de la escala social como músico de la Ópera Estatal de la capital del imperio austro-húngaro, se casó con una de las gentiles más codiciadas de la época y sociedad vienesa, se convirtió al cristianismo e incluso en sus diarios llega a dejar constancia de la repulsa que siente al ver a un judío con su atuendo tradicional. Pero, si se repasa su biografía, los únicos que lo ayudaron a salir del pueblo donde nació, desarrollar su carrera y consagrarse como maestro musical fueron otros judíos con la misma aspiración de quitarse de encima el peso de su identidad.

Alguien podrá decir: también es difícil dejar de ser francés, chino o zulú. Difícil sí; tan difícil, lo dudo. Incluso dejar de ser israelí es mucho más sencillo y probable. Si bien la discriminación ni puede ser visual por el color de la piel u otros rasgos característicos (a menos que alguien siga obstinado en ver la misma deformación nasal en Barbra Streisand que en las facciones de Scarlett Johansson, en Woody Allen que en Paul Newman), ¿qué denuncia nuestro origen “maldito”? Puede que a las primeras generaciones de inmigrantes las delatase un acento extranjero, pero los descendientes de los provenientes de otras culturas hace tiempo que dejaron de sentirse vinculados a la patria de su padres, abuelos o antecesores lejanos.

En nuestro caso, ni siquiera el vínculo es hacia el antiguo hogar de los antepasados, excepto por algunas huellas sensoriales como la gastronomía o la música. Aunque podemos las ramas más cercanas de nuestros árboles genealógicos, sentimos que la savia que nos recorre es la misma que discurre por gentes muy distintas en usos, costumbres, posturas políticas, situaciones económicas, colores de piel y melodías, ya que sentimos que, como en el subsuelo de los bosques naturales, estamos conectados unos a otros por rizomas que no alcanzamos a ver ni entender, pero que nos nutren y sostienen unos a otros. Por eso nos cuesta tanto dejar de ser judíos. Porque no somos judíos en plural, sino una misma forma de vida, en singular.

Jorge Rozemblum

Director de Radio Sefarad