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‎17 Nisan 5784 | ‎25/04/2024

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El legado patrimonial físico del mecenas Paul-Louis Weiller otra vez subastado

El legado patrimonial físico del mecenas Paul-Louis Weiller otra vez subastado

EL MICRÓFONO DE ALICIA PERRIS – 163 objetos entre cuadros, muebles, alhajas, artes decorativas y platería propiedad de uno de los mayores coleccionistas franceses del siglo XX, fueron hace poco más de un mes y de nuevo, subastados en París. Paul-Louis Weiller, mecenas judío de Alsacia, hombre de letras y de acción, ciudadano de la República Francesa (que no iba a ser el protagonista de este Micrófono) ocupa ahora el lugar que cercenaron el confinamiento pandémico, los atentados de Niza y Lyon y el asesinato del profesor Samuel Paty, en Francia, todos ellos segundas partes de los ataques terroristas anteriores, que dieron paso a otro Micrófono, “París, ¿por qué?, ¿por quién?”, del 11 de noviembre de 2015.

Weiller, personaje fascinante, icónico, se destacó en la Primera Guerra Mundial y por ello obtuvo el reconocimiento como Oficial de la Legión de Honor a los 25 años, entre otros méritos reseñables. Asistió a la firma del Tratado de Versalles, pero con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, durante el régimen de Vichy, debió huir a Marruecos y Canadá, regresando después a su país de origen acabada la guerra. Su madre fue deportada y asesinada en Auschwitz por su condición de judía. Mientras mantenía una intensa actividad social, fue uno de los promotores de la industria aeronáutica y creador de Air France. Alternó con los líderes y figuras importantes de la segunda mitad del siglo XX, como Jean Paul Getty, Aristóteles Onassis, Catherine Deneuve (y facilitó la carrera de actores como Alain Delon), George Pompidou, Charles Chaplin o Brigitte Bardot. Su hijo, Paul Anik, también emparentó con la realeza, al casarse con Olimpia Torlonia de Borbón.

Su gusto artístico de coleccionista se repartió en sucesivas subastas, habiéndose vendido en esta última: La Belle Strasbourgeoise de Nicolas de Largillière, un retrato de Benjamin Franklin de Joseph Ducrex, un óleo de Giovanni Boldini, dos caprichos de Francesco Guardi y una sopera de plata del Conde Orloff encargada por Catalina La Grande en 1770 a Jacques-Nicolas Roëttiers, además de una cómoda real Luis XVI de Riesener, entre otras joyas exquisitas y deslumbrantes. Una gran parte de su patrimonio se ha desperdigado en manos extrañas, pero queda su aura y su espíritu, los que le hicieron declarar una vez, “no soy coleccionista, me gustan las cosas bellas”. Cuídense, Shalom!

Alicia Perris